jueves, 26 de febrero de 2015

Taller Literario (artículo nº 12) Creadores versus consumidores




En este mundo que nos toca hay toda suerte de especies humanas. Afortunadamente…

En el plano que me ataña, se distinguen dos grandes grupos que podría calificar de creadores y consumidores (de lo creado, se entiende). Obviamente, entrar en absurdos de si mejores o peores no tiene cabida. Son, y eso es suficiente. Eso sí, cada cual tiene su finalidad en un mundo social. Quizá, unos disparatan lo que sucede y otros contienen lo sucedido. Quizá podría calificarse así. En tal caso, parece que siguiendo este derrotero tenemos que empezar a hablar de cultura estancada o cultura dinámica (y no estoy llamando ignorante a nadie).

Las culturas estancadas no tienen ideas. Eso sí, suelen tener un profundo ideario, seguramente difícilmente removible.

Las culturas dinámicas son otra cosa, y eso cambia el mundo. Para bien o para mal ya sería hablar de otra cosa, pero aquí voy a referirse solo a las ideas de tipo creativo.

He observado a la gente y veo que, por solitario, algunas personas sueñan (o desvarían) mucho más que otras. Del lado menos “evolutivo”, algunas otras necesitan desesperadamente (a menudo calmosamente) entretenimientos ajenos para sintetizar una parte de su existencia. En esto podríamos hablar… por ejemplo, de cierta parte de los seguidores del fútbol que, obviamente, no tienen la física elemental para jugar ese deporte pero se desviven por él. Otras personas requieren de los chimes de la tele para tener vida privada, unos tantos viven vidas preprogramadas en el gen cultural que les toca y se apiñan en hordas familiares a punta de bayoneta del qué dirán, mientras sumamos a todo ello a quienes no tendrían la suficiente visión como para pensar otra manera de prepararse un bocadillo de salchichas… pero claro, alguien tuvo que inventar el perrito caliente.

Sí, hay gente con chinches en la cabeza. Y quizá no es la suya una especie cuantitativamente dominante, pero sí que es cierto que ésta va moldeando la sociedad con la misma cadencia con la que el mar esculpe un acantilado: lenta, pero indefinidamente.

Y, ¿cómo sabes si eres una de estas personas?

Pues… no solo abarcas los problemas e inquietudes de hombres y mujeres. Vas un paso más allá. Sospechas la dimensión del universo y quisieras poder abarcarla, te gustaría comprar entradas para El Coliseo dos mil años atrás, subirte al último prototipo de avión supersónico… y haberlo dibujado en la mesa de planos, o en una servilleta. Qué sé yo… tomar un café con un extraterrestre, y hasta que el café lo traiga él de su propio planeta.

Lo cierto es que todo esto que nos rodea no existía antes. Todo lo ha pensado alguien.

Aleluya.

Y ahora, ya por mojarme de una vez y apuntarme a uno de esos dos grupos (creadores versus consumidores), ya de niños mis hermanos y yo nos inventábamos nuestros propios juegos de tablero porque el panorama al respecto se nos quedaba corto y no era plan de esperar una noche de reyes tras otra. De ahí saltábamos a los cómics, y hasta hicimos películas. Siempre algo… siempre desvariando. Quizá musarañas, pero por algo se empieza.

…Hoy veo que los críos necesitan, casi como única opción para el entretenimiento, de las soluciones ya rodadas de un videojuego. Y no voy a criticar el material virtual porque son parte del proceso cultural de nuestro mundo, y aquí no hay peros, solo que añado que tengo la impotente sensación de que nuestros hijos se aburren una barbaridad si no disponen de una pantalla entre manos. Aún mis críos se emocionan cuando les invento un juego al papel, porque a ellos les llega el momento (muy pronto) de que si les resto pantalla y los dejo a otros albedríos, al cabo me dan vueltas y no se les ocurre nada “para consumir”.

Entretanto, la especie de los creativos mueve la rodadura cultural y llenan las ambiciones de quienes no lo tienen tan fácil a la hora de sacar sustancia donde antes solo hubo vacío. Y así siguen brincando mis hijos, cuando les enseño a jugar con mis charlatanerías juntando piezas del Monopoly con el ajedrez, y todo lo que haya a mano en casa para reinventar lo que otros ya pensaron. Es muy emocionante ver sus expresiones.

…Y aquí, y ahora, desvelo sin más titubeos uno de los secretos del combustible humano que mueve a los creadores a la hora de desenrollar sus meollos. Porque muchos se van a acordar, de anticipado, de la gran industria del entretenimiento, la que suena a dólares y a manipulación de masas a la hora de definirles las preferencias, y que igual nos mata que nos resucita a Superman vistas a la recaudación. Una cosa por la otra, y yo digo que eso pasa a un estrato relativo cuando cito que a muchos soñadores nos mueve una ansiedad desesperante de compartir lo creado, de beneficiarnos mutuamente con los no creadores en una simbiosis casi perfecta de entrega y recibo.

Qué duda cabe el ya revelado factor económico. Habría que ser un hipócrita para no citarlo (sobretodo si nos olvidamos de los malditos billetes y nos acordamos de cuánto nos apaleó la última factura del taller). Sin embargo, ya he dicho que los creadores somos charlatanes del todo y de la nada, y que una forma de “cobrar” por nuestro trabajo es recibir la aceptación de quienes consumen nuestras cosas. Y esto no es demagógico, es pura necesidad de creador. Habrá quien pueda ganar dinero con su basura preconcebida y duerme a pierna suelta, pero otros somos los que quisiéramos vivir una realidad algo más honorable y vivir de nuestras ilusiones empachando de aceptación a los demás.

…Seguramente sería mucho más difícil encontrar ese tipo de satisfacción si todo el mundo fuese creativo. Hay diligencias narcisistas entre colegas que llaman justamente a arrumbar la competencia… y son precisamente los que “no saben”, ese tipo de gente a la que se puede sorprender con lo creado. De buena fe. Me muero de enseñar a jugar a mis hijos porque me sorprende la facilidad con que “me aceptan”, y es obvio que no pretendo que ellos me compren nada. Del otro lado, la aceptación del público no tiene precio (aunque el material cultural se pague) y así entramos en una dinámica maravillosa en la que, al final, pasa que cuando alguien va al cine a ver una película, al tanto que no se le está vendiendo tanto ocio como acaso él está comprando cultura. Es… como ir a clase, más o menos, sobretodo si la película es histórica. Casi como pagar unas clases de inglés.

Pasado al papel esto es exactamente lo mismo, y si lo llevamos a la vida cotidiana pura y dura, por fortuna hubo alguien creativo/curioso que inventó un microscopio para curiosear el mundo diminuto, alcanzando de paso cotas más que beneficiosas para la salud de todos a la hora de ponernos en bandeja tantos porqués. En otros planos, alguien dejó de pensar como el resto y propuso que los niños no debían trabajar o que los animales sienten el mismo dolor que nosotros, y aquí entramos en la llamada cultura dinámica, llena de creadores del todo y de la nada que, poco a poco, van cambiando el mundo tan legítimamente como el mono aquel que un día usó una piedra para cascar unas nueces… y que, visto lo visto, los que le observaban no solo terminaron aprendiendo que ellos también podían cascas nueces… sino que pequeñas cosas, pequeñas ideas, cambian definitivamente un mundo entero.

No hay comentarios: